Sábado, Cinco y media de la tarde, buscando desesperadamente un sitio para ver el fútbol en medio de la multitud de garitos ingleses de Benidorm, donde parece que miles de turistas viven aislados en Inglaterra, con la diferencia de pagar menos por la cerveza y disfrutar del sol y la playa del litoral levantino.
Allí estaba yo, acompañado de un fiel amigo y de mi hermana, con la férrea esperanza de contemplar el último partido medianamente interesante del Valencia esta temporada. El resto de amigos, menos afines al fútbol, había decidido quedarse en el camping y dedicarse al otro deporte nacional por excelencia, la siesta. Que sabios fueron aquellos, que sin saberlo estaban ahorrándose el espectáculo más bochornoso del año blanquinegro.
Así que, después de seguir las amables indicaciones de un camarero y encontrar uno de los pocos bares spanish de la zona, nos acomodamos en una mesita con perfectas vistas a la tele de plasma del local, felices de poder seguir disfrutando de unas cervecitas al son de la danza futbolera que bailara nuestro equipo. Que equivocados estábamos, cuando minutos antes del choque, veíamos con resignación las múltiples escenas repetidas del ciclo Barsas-madrizes, confiados en que el partido serviría para robarle algo de protagonismo al campeón copero que había asaltado el mismo Mestalla tan solo tres días antes.
Sin embargo lo que posteriormente sentimos, no fue sino un constante sufrimiento de impotencia. Observábamos atónitos como los suplentes del señor Mou se burlaban de la defensa ché a base de continuos contraataques, entrando a placer por los enormes espacios que dejaban los laterales y centrales de Unai.
Mi hermana estaba segura de que Mathieu y R.costa se fumaban unos porritos antes de saltar al campo y la verdad es que es la única explicación posible que le puedo dar a sus lamentables actuaciones. Miguel también estuvo en otra dimensión, ajeno a las embestidas madridistas por su banda, Stankevicius según mi opinión, creo que fue el único con algo de decencia y aún así no consiguió atajar prácticamente ningún ataque rival y en el medio del campo el único que funcionaba algo era Topal, y digo algo porque entre tanto desconcierto de la zaga es imposible decidir quién es el mayor culpable de la tragedia.
Viendo deambular al pelirrojo por el césped, subiendo sin parar la banda en todas las jugadas y siendo superado una y otra vez por los delanteros merengues, cualquiera hubiera pensado que este chaval francés era la primera vez que jugaba al fútbol. Sinceramente inexplicable, pues venía haciendo buenos partidos antes de protagonizar lo que yo titularía el partido de “los amigos de Mathieu contra los amigos de Higuaín”.
Después del doloroso set recibido, muchos le echan la culpa a Unai y otros tantos a la actitud de los jugadores. Yo sinceramente no sé por qué decantarme. Creo que después del 4-0 con el que nos fuimos al descanso Emery dio por perdido el encuentro y viendo los garrafales fallos de sus jugadores decidió dejar en el campo a las mismas monjas de clausura que habían permitido semejante correctivo, para que purgaran por sus pecados, recriminados por su afición. Otra explicación no tiene el que no saliera Jordi Alba hasta casi el final del choque. Y además va y marca, por segundo partido consecutivo dando más argumentos a su merecida titularidad.
No dudo tampoco de que algunos integrantes de la plantilla pudieran tener una actitud poco acorde con la importancia de la disputa, pero en general el equipo demostró una vergüenza torera digna de reconocer, atacando en todo momento, con el riesgo de sufrir una goleada aún más abultada. Porqué dentro del sinsentido futbolístico vivido en Mestalla se puede dividir el partido en dos totalmente distintos. Uno fue el jugado por la defensa en el que los nuestros perdieron 0-6 y pudieron ser más, pero existió otro cuyos representantes fueron los atacantes ches que a partir del medio campo tocaban a las mil maravillas, trenzando jugadas, buscando espacios y definiendo con tres bonitos goles que fueron la única nota positiva de la tarde.
Y esto puede que me lo invente yo, en la tele los listos de canal plus liga, se vanagloriaban del estupendo juego de los blancos, pero sinceramente los únicos méritos fueron la maravillosa efectividad del contraataque madridista y los innumerables errores de nuestros guardias pretorianos vestidos de carmelitas para la ocasión. Porque alguien que no viera el resultado en el marcador y solo hubiera visto el partido sin los goles, diría: ¡Vaya paliza le están dando al Madrid!
En fin, reconozco que yo nunca pierdo la fe e incluso perdiendo 0-4 tenía esperanza en una épica remontada, cantando felizmente cada uno de los tres goles del Valencia, para disfrute de mis acompañantes, que viéndome celebrar los tantos se les hizo algo menos pesado el castigo infligido por aquellos a los que algún día espero volver a meterles una de esas míticas goleadas.
!Y encima les dan dos días de descanso!. Saludos.
ResponderEliminarJoer, yo también comentaba con el de al lado que era un oportunidad cojonuda para hacer una segunda parte legendaria, hasta ahí llega mi forofa ingenuidad. El 5º gol ya me devolvió a la senda de la cordura.
ResponderEliminarA mi me pasó lo mismo, a partir del quinto y viendo que con una simple falta no nos lo hubieran colado, ya supe que no había nada que hacer. Es que hay que tener esperanzas siempre, porque sino cómo es posible acabar de ver un partido así.
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