Ni en mis peores
pesadillas podía llegar a imaginar por aquellos años de dobletes, pelucas
naranjas al viento y calles inundadas de valencianismo exultante, una época tan
terrorífica como la que llevamos viviendo los seguidores ché a lo largo de varios
años de caída en picado y de decadencia absoluta.
Llevo tiempo que huyo de
rememorar viejas hazañas. Logros que siempre tendré en el corazón, pero que no
me producen satisfacción al verlos reflejados en múltiples imágenes conmemorativas,
retuiteadas a discreción a cada efeméride de título que se cumple. Y no es porque
no los disfrutara en su día, que lo hice y mucho, sino porque el contemplarlos
es darse de bruces inmediatamente después ante la actual situación del Valencia
CF, una realidad muy cruda y diferente a la de aquellos maravillosos años.
Desde aquel paraíso futbolístico
que disfrutamos ha llovido mucho incluso en Valencia, nos ha caído una lluvia
de entrenadores nóveles, jugadores por hacer, carentes de profesionalidad y lo
peor, directivas tóxicas cuyos mejores miembros han sido ineptos y cuyos peores
mejor preguntar en los juzgados. Luego vino Lim, quien lejos de hacer borrón y
cuenta nueva, de traer el esperado cambio de rumbo hacia una gestión moderna y
profesional, nos montó un circo con nuevos errores infantiles, amiguismos y una
gestión ridícula de la entidad.
Y así estamos ahora,
desamparados y sin nada a que agarrarnos. Pocos o ningún argumento positivo se
me ocurren para poder usarlos como alimento a una ilusión menguante. La
motivación que arrastra a los miles de valencianistas a Mestalla cada fin de
semana empequeñece. Hasta tal punto, que ni la física cuántica puede explicar cómo
esa ínfima motivación sigue haciendo que Mestalla tenga visitantes o que yo me
mantenga pegado al televisor a cada partido del Valencia. Puede que sea
simplemente una droga con tal nivel de adicción que muchos no podamos escapar
de ella.
Me gustaría haber expuesto
motivos para seguir creyendo en el equipo, para seguir animando, para no
enviarlo todo a la mierda y dejar de ver el fútbol, pero es que no me los
creería ni yo. Sí que diré algo, lo que yo he decidido hacer. Más que nada por
si aún queda algún loco como yo y le doy alguna idea para engañar a la razón y
seguir apoyando a este club.
Yo he decidido seguir
teniendo fe en que vendrán tiempos mejores, es lo único a lo que me aferro.
Quiero ser realista, no voy a decir que va a ser fácil o que se va a conseguir.
Ni siquiera estoy convencido en que salvemos la categoría, pero sé que vale la
pena intentar ayudar en lo posible a esa salvación. Porque es momento de ser
más realistas que nunca y más ciegos a la vez. Realistas para saber a qué nos
enfrentamos, realistas para vivir el presente y olvidarnos de aquellos
maravillosos años y ciegos para todo lo demás. Ciegos para no necesitar
argumentos para animar en el campo, porque no ayudarán los pitos, porque estos
jugadores que tan poco nos han dado no nos van a dar más porque les silbemos o
abucheemos.
Tenemos que contentarnos
con cada punto conseguido para alzar la cabeza del fango en el que nos hemos
metido, y para eso vamos a seguir viendo pases errados, malas decisiones, regates
absurdos, jugadas de patio de colegio, alineaciones que no funcionarán,
pérdidas de Parejo, aberraciones defensivas de Abdennour y Santos, penaltis
infantiles y un largo repertorio de situaciones no deseables como aficionados.
Esa es la realidad
Temblaremos en cada
llegada del rival, en cada corner en contra, en cada balón parado, en cada
conducción de nuestros centrocampistas. Sufriremos mucho, pero estamos acostumbrados,
así que, a joderse! No podemos hacernos del Madrid ni dejar de ser
valencianistas porque consumimos demasiada droga en su día, comercializada bien
como doblete o bien como Benítez, Piojo o Mendieta y eso señores, deja huella.
Ahora no nos queda otra que seguir consumiendo, aunque Mendes y Lim nos la
vendan adulterada y sin main sponsor.
Imagen extraída de la web oficial del Valencia CF.